viernes, 21 de junio de 2019

A través de la ventana

El mundo empequeñece a mis pies. Los campos se transforman en dibujos de tiralíneas, en colchas de retales de la abuela, en dibujos de alienígenas en campos de maíz. Las montañas se arrugan al igual que el papel maché del nacimiento, de un Belén. Las personas se tornan diminutas, motas de polvo que mis ojos no alcanzan a ver.

Y sin embargo, entre toda la maraña de este mundo convertido en maqueta de cartón, tu figura brilla aún. Candente como el ascua del hogar guías camino de mis alas.

martes, 16 de abril de 2019

Notre-Dame de Paris



Hoy casi ha muerto la anciana de París. Te hemos visto sufrir bajo la espada de Damocles de la destrucción, temido por ver tus ojos, llenos de color, testigos del tiempo, cerrarse por última vez. Has sobrevivido 800 años de historias que quedaron impregnadas en tu pétrea piel y, esta noche, pensaba que te ibas, que dejabas huérfanos miles de hombres que confiaban en ti para no perder su identidad.

Hoy, el corazón de muchos se ha encogido con el llanto como tus cimientos bajo el calor del infierno. Hemos perdido parte de nosotros, como pueblo europeo, en tus cenizas. Y sin embargo, nos has unido, en el dolor, en el amor, en nuestras diferencias. Cientos de voces te cantan, te llaman, te claman al cielo, a Dios, piden por tu salvación.

Todavía queda esperanza.

martes, 20 de noviembre de 2018

Principios de la termodinámica

La energía no la creas,
tú la destruyes.

Conviertes el calor
en una danza.

De colores,
de miles de sombras,
de cientos de luces,
y decenas de emociones.

El ciclo de la vida
a tu lado muere.

Y los pilares de la Antigua Grecia
a tu lado lloran.

lunes, 19 de noviembre de 2018

Fortaleza de la soledad

La respiración agitada de sus sollozos se perdía en el barullo. No podía parar de cantar desde lo más profundo de su garganta mientras sentía las palabras rasgando sus labios. El sudor le pegaba el cabello a la frente y, la camiseta amarilla, que dejaba a la vista el ombligo, a su menuda silueta.

Su cuerpo saltaba como llevado por una marea, acompañada por otros cientos de cuerpos, como parte de las oscuras olas. Con los brazos en alto desaparecía todo a su alrededor quedando solo envuelta en la música. Y ellos. De ellos se trataba y se había tratado durante demasiados años. No podía recordar una sola página escrita, una sola sonrisa, una sóla lágrima derramada, un solo momento de paz o de tormento que no fuera acompañado por alguna de sus melodías.

Y allí, en el calor, la oscuridad y el ruido, sintió, que de algún modo, ella estaba presente por un instante en su trabajo de la misma forma que el de ella se había visto marcado.

viernes, 7 de septiembre de 2018

Sonríe a las estrellas II

Aquí tenéis la primera parte de esta historia
http://tulipandecristal.blogspot.com/2018/05/sonrie-las-estrellas-i.html

 
Esa mañana en la que el aire parecía más denso que de costumbre al entrar en sus pulmones, sería muy diferente al resto. Cuando terminó de ducharse, vestirse y desayunar, tomó su cámara de fotos, un cuaderno, un lápiz, lo guardó todo en su mochila y salió por la puerta, sin molestarse en tomar las llaves. Paseó durante horas, siguiendo el sendero de los bosques de su ciudad. Cámara en mano, fue recorriendo cada uno de sus rincones favoritos, pidiendo a los viandantes que posaran junto a ella para tomarse una foto antes de realizar otra del paisaje completa y absolutamente vacío. Al terminar, se dirigió a una tienda de revelado de fotografías y pidió que las imprimieran. Con sus copias en papel brillante, se sentó en un parque, bajo la luz del sol, para escribir detrás de todas ellas una razón por la que visitar el lugar que había inmortalizado y, tras las imágenes compartidas con extraños, anotó una de las cualidades o impresiones que cada uno de ellos le había proporcionado ese día. También sacó el cuaderno y garabateó una nota, una simple frase que temía se perdiera entre la sopa de letras de su mente si no la plasmaba.

Una vez escrito todo eso, se recompuso, tratando de borrar de sus ojos las lágrimas que llevaban ya un buen rato deslizándose por las mejillas en silencio, ignoradas. Arrancó la hoja de papel en la que había escrito, lo dobló e introdujo en su bolsillo. Se levantó de aquel banco helado del parque y deambuló un rato más por la ciudad, tratando en vano de aspirar y distinguir todos los olores que flotaban en el aire, de observar todos los matices de colores de las flores invernales y los postigos de las ventanas, de pisar cada piedra del empedrado de las calles, solo una vez más.

Llegó, sin percatarse apenas, a aquel edificio. No parecía que fuera a serle difícil acceder, era alto además, apartado, un lugar casi perfecto. Respiró profundamente. Entró. Subió las escaleras de una en una. Alcanzó lo más alto y, allí, se paró en seco, dirigiendo sus ojos al vacío que quedaba a sus pies. No necesitó pensarlo, no necesitó dudarlo, ni siquiera necesitó una mano que empujara, tan solo se dejó caer.

El aire resonaba en sus oídos, fuerte, sin permitirle oir nada más. Por primera vez algo era más fuerte que sus pensamientos. A ella no se le aparecieron los momentos de su vida como si fueran una película muda al estilo de Charles Chaplin, no recorrió el oscuro túnel para alcanzar la luz al final, no vio a todos sus seres queridos con los brazos abiertos esperando para abrazarla tras un velo dorado. Para ella la caída no fue esa sucesión de tópicos que todos describen, ni siquiera le pidió perdón a Dios. Ese viaje la hizo libre, se sentía volar, a oscuras, con los ojos cerrados, en paz. Preparó, por fin, su cuerpo para el golpe, para la última gota de dolor, pero no lo recibió. Junto al suelo, sintió unas alas arropándola, acompañándola, que no la dejarían caer.

Encontraron el cadáver a la mañana siguiente. Gritos, dolor, lágrimas, eso era todo lo que se podía escuchar. Su cuerpo, tendido sobre la acera, acordonado de almas rotas, estaba cubierto por fotografías manchadas de sangre, de la misma sangre que, ya seca, la rodeaba, haciendo parecer que se encontraba tendida en una macabra cama de color carmesí. En su mano, encerrada dentro de su puño, la nota de papel que  antes había escrito.

Sonríe a las estrellas.

Sí, mira hacia arriba, ¿ves? Los ángeles existen, uno de ellos no quiso dejarme morir.

martes, 15 de mayo de 2018

Sonríe a las estrellas I

Este relato tiene como objetivo plasmar lo que sienten algunas personas cuando eligen la muerte por encima del dolor de la vida. Para muchos puede resultar una liberación. Es importante recordar que todo esto es producto de una enfermedad y debemos tender la mano a aquellos a nuestro alrededor en esta situación. Si te sientes identificado, habla. El silencio mata.


Bi-bi-bi bip bi-bi-bi bip. El sonido del despertador le perforó los tímpanos. La chica estiró la mano desde debajo de la manta, tanteando en la mesita, para apagarlo. Las sábanas pesaban sobre su cuerpo, piediéndole que no se levantara. Ella se revolvió hasta quedar boca arriba, observando el techo. Mil preguntas le rondaron la cabeza. ¿Qué pasaría si decidía no levantarse esa mañana? ¿La extrañaría alguien si no aparecía en sus clases o a la hora de comer? Eran sus cuestiones diarias desde hacía tanto que era incapaz de recordar cuándo comenzó.



Al despegarse de las mantas, se incorporó y se miró al espejo. Hoy había tardado unos minutos más en conseguirlo. Las ojeras bajo sus ojos empezaban a parecerse a las marcas del rostro de los mapaches. Suspiró. Otra pesadilla más y sería incapaz de volver a salir de debajo de su cómodo edredón. No soportaba las noches de duermevela en las que su conciencia paseaba sin descanso por imágenes grotescas, inconexas y, por supuesto, por escenas realistas de su vida que o bien se tergiversaban o generaban una realidad para que habitaran sus miedos.



Pese a todo esto, no conseguía discernir si el infierno se encontraba en ella durante las noches o durante los días. Soledad era la palabra con la que la chica definiría su vida, pues no hay nada peor que estar rodeado de gente, pero no ser capaz de conectar con una sola de esas personas. Siendo bien porque las barreras las estableciera ella o, simplemente, porque el resto del mundo no estaba preparado para sostener los lazos que ella quería forjar.



En su vida, como en la de todos, había días reseñables por ser terribles o maravillosos, pero en la mayoría se dedicaba a arrastrar todo el peso de su alma por las horas siguiendo el tic-tac de los relojes que marcaban los minutos ya perdidos. No merece la pena describir en qué consistía su rutina, pues era igual a la de todos los demás, salvo por un pequeño detalle, a ella, esa rutina, la iba consumiendo por dentro. Las llamas que se prendían en el corazón no eran a causa de la pasión, sino de los restos de la pólvora que dejaban los disparos del tormento.



Es probable que la muchacha no tuviera un destino o un camino recorrido mucho más turbio o sinuoso que el de los demás, pero, para ella, la espada de lo incierto pendía sobre su cabeza como había pendido la de Damocles sobre él. Porque muchas veces no se trata de la altura de la caída, sino de lo frágil que sea el cristal. A veces, tan solo un roce, nos hace rompernos en esquirlas y, a veces, la caída desde el cielo, solo deja las marcas de los pies en el polvo. Ella era, en cambio, como la porcelana de una taza desportillada: hermosa, frágil, dañada, pero útil todavía.

domingo, 6 de mayo de 2018

Sombras

La sangre chorreaba por su antebrazo.

 — Es hermoso, ¿verdad?

Susurró con la voz quebrada por las lágrimas mientras observaba los regueros escarlata sobre su piel.

Él se apresuró a tapar la herida con un paño blanco que se tornó rojo al instante.

— ¿Sabes qué es hermoso? El color de tus ojos cuando no los empaña la sombra de la muerte.